Y todo esto, ¿qué tiene que ver con los juegos?
La vida, como todo, tiene sus momentos buenos –en los que se disfruta–, sus momentos malos –en los que se sufre– y sus momentos neutrales –en los que simplemente se ve pasar.
A los momentos malos hay quien les llega a encontrar encanto. Este extracto de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, ilustra perfectamente esta idea:
La actual felicidad siempre parece muy menguada en comparación de las compensaciones que brinda la miseria. Y, además, la estabilidad no es ni con mucho tan espectacular como la inestabilidad. Y el estar satisfecho no tiene el encanto de una denodada lucha contra la desgracia, ni el pintoresquismo de una pugna contra la desgracia, ni el pintoresquismo de una pugna contra la tentación, o de una fatal derrota a manos de la pasión o de la duda. La felicidad nunca es grandiosa.
Los momentos neutrales –la rutina– a veces son deseables. Vivir en una vorágine de desgracias no es apetecible, pero estar bajo una cascada de endorfinas, aunque en un principio atractivo, puede ser extenuante. El tiovivo es divertido durante un rato, pero acaba mareando.
Los momentos buenos son, por propia definición, los mejores y acostumbran a pasar cuando menos te lo esperas. Como ese día que caminando por la calle de repente levantas la vista al cielo y te das cuenta de que realmente hace un día precioso. Como esa charla con un amigo en un bar, que transcurre entre risas y anécdotas. Como esa mirada furtiva que has descubierto seguida de esa sonrisa que crees entrever en la chica guapa con la que cada día coincides en el metro. Como que alguien te dé las gracias por algo y sientas que realmente lo dice de verdad.
Y todo esto, ¿qué tiene que ver con los juegos?
A veces miro los montones de juegos que tengo dispersos por casa y sólo veo el espacio que ocupan, el dinero que han costado. En otras ocasiones los veo y sonrío, porque pienso en los buenos momentos que me han hecho pasar y en todo lo que he vivido gracias a ellos.
Casi parece una exageración: todo lo que he vivido gracias a ellos.
Pero así es: gracias a esta afición he tenido momentos malos, momentos neutrales y momentos buenos.
Afortunadamente los buenos momentos ganan por varias cabezas, algo lógico considerando la primera acepción de la palabra jugar:
"Hacer algo con alegría y con el solo fin de entretenerse o divertirse."
¡Ostras! Pues me sé de uno que entonces no juega ;)
ResponderEliminar(a ver quien lo pilla)
Si sólo fuera uno... yo creo que todos conocemos al menos a uno que no juega.
ResponderEliminarEsos si que viven en una vorágina continua de lucha contra la tentación, la adversidad y la mala suerte.
Habría que preguntarles con que parte se identifican más, si con lo de la señorita del metro, o con lo de mirar los juegos :-)